Territorios Basura

Territorios basura / lo que no cabe / en algún lugar habrá que meterlo (viste?)

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Vertedero del Bordo Poniente, Ciudad de México 2008

Cada día, las topadoras que amontonan la basura en la interminable obra de construcción que es un vertedero, paran durante una hora. Sucedió una vez que las máquinas o por la propia montaña se tragaron a un niño. Desde entonces, el trabajo se detiene a diario entre las 17 y las 18h para permitir el cirujeo. Durante esa hora se apura y se pelea por rescatar algo in extremis del pajar de la basura, aquello que pueda convertirse en plata. Todo lo demás, útil o inútil, valorizable o desechable, se mezcla, se destruye y se entierra. Millones de toneladas de pesos bajo tierra que permanecerán pudriéndose durante más tiempo del que podamos imaginar. Arqueología del futuro donde cualquier plástico dura más que un amor eterno.

Desde la reglamentación de la Ley Basura Cero para Buenos Aires en mayo de 2007, se ha duplicado la cantidad de residuos que se entierran en el Centro de Disposición Final (CDF) Norte III de José León Suárez. La basura superó hace años el predio original del relleno (complejos ambientales Norte I y II). Con apenas un 20% de su superficie aún disponible, amenazaba con colapsar en menos de un año. Gracias a una inesperada reducción del volumen de residuos que se entierran en él, anunciada el 4 de agosto, su funcionamiento se prolongará hasta 2014. Gozamos de nueva tregua para nuestros niveles de consumo.

De las cuatro áreas previstas a modo de “Cinturón Ecológico” durante la última dictadura (momento en que se crea la Coordinación Ecológica del Área Metropolitana mediante una Sociedad del Estado -CEAMSE-) este Complejo Ambiental del Camino del Buen Ayre es la más grande, en total unas 450 hectáreas a las que ingresan dos camiones de vertido por minuto. Sus instalaciones comprenden plantas sociales de “reciclaje” propiedad de distintas cooperativas dedicadas a la separación y tratamiento de residuos, así como una planta de tratamiento mecánico biológico que selecciona y separa algunos pocos residuos orgánicos y algunos aptos para la reventa en la industria del reciclaje. Como en otros muchos lugares del mundo, este área se ha convertido en el centro de toda una “región” dedicada al tratamiento de deshechos, convirtiendo al partido de San Martín en una auténtica “ciudad de la basura”, como la llamó en su día el intendente Ivoskus. Del resto, siguen en funcionamiento al límite de su capacidad los rellenos sanitarios de González Catán y Ensenada, que reciben los residuos de la zona oeste metropolitana y de La Plata respectivamente. El tradicional vertedero de Villa Domínico, que sirvió durante veintiséis años a la ciudad, cesó su funcionamiento en 2004, después de un larguísimo conflicto social y varias prórrogas de su vida útil.

En total más de seiscientas hectáreas dedicadas al relleno sanitario para absorber los más de seis millones de toneladas anuales de residuos que produce el Área Metropolitana de Buenos Aires, aproximadamente 16.000 diarias, casi la mitad procedente de Capital Federal. Los trece millones de habitantes de la metrópolis generan per cápita 350kg anuales de basura, una media desigual, ya que la producción de residuo de una persona en capital es casi cinco veces (660kg) de la producida por ejemplo en Florencio Varela (135kg). Al ritmo actual de generación de basura metropolitana, no sólo el CDF Norte III tendrá que cerrar tras escasos quince años de uso, si no que apremia una solución viable para el conjunto, que suma acusaciones de sobreproducción con diversas promesas y proyectos que apuestan sólo por modernizar la tecnología de la basura. Sin embargo, los deseos de minimizar los impactos ambientales de la basura no son suficientes a la hora de seducir a los municipios del conurbano para la ubicación de nuevas instalaciones, que tendrán que colonizar de manera urgente, intervención presidencial mediante, un nuevo pedazo de los terrenos de Campo de Mayo, lo que será el Complejo Norte IV, de 140 Ha. Separación en origen sí o no, hasta el momento ninguna palabra sobre la posibilidad más drástica, la de reducir la producción del residuo mismo (a no confundir con la reducción de las cantidades enterradas). Tendremos bolsa verde, pero de color claro.

 

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Aterro sanitario de Guarulhos e aterro CDR Pedreira Centro de Disposicao de Resíduos, Sao Paulo 2011

En cualquier caso, la basura ocupa un espacio que siempre encuentra difícil acomodo. La definición de dónde, cuánto y cómo gestionar nuestros residuos resulta una cuestión estratégica, y no sólo para el metabolismo urbano sino para alimentar otras cadenas de valor asociadas a la basura. La basura que vemos y que no vemos es también una forma de producción de desigualdades urbanas en forma de calidades ambientales, contaminaciones y externalidades negativas disímiles. Esta producción diferencial de territorios encuentra siempre márgenes para otras rentabilidades, ya sea en lo ilegal, en lo informal, en lo especulativo, o en la propia gobernabilidad local.

En Buenos Aires esta desigualdad social y ambiental no es una sorpresa: San Martín, La Matanza, Quilmes y Lomas de Zamora, son los partidos de la Provincia de Buenos Aires con mayor número de basurales a cielo abierto. Según la CEAMSE, al menos cien enclaves de más de cuatro hectáreas son considerados basurales a cielo abierto (“ilegales” o “clandestinos”) en el Gran Buenos Aires. Cifra que se duplicaría hasta los seiscientos si consideramos los de menor tamaño. Un paisaje de la basura rodeado de asentamientos humanos precarios, en torno a arroyos y cañadas, en la cuencas de los ríos Reconquista y Matanza-Riachuelo, y en los márgenes de otros arroyos del sur de la ciudad, que va componiendo un recorrido superpuesto de conflictos urbanos sociales y ambientales. Espacios de escaso valor que permanecen en la sombra hasta que son iluminados por los preceptos de la regeneración ambiental.

Una predecible geografía de la basura mostraría que efectivamente son las zonas pobres de las metrópolis las que asumen mayores riesgos ambientales, con una pluralidad de efectos en forma de vertidos, contaminación de agua y napas, polución, residuos tóxicos, etc. Lo interesante en todo caso sería saber qué factores construyen la idea de usos indeseables o inaceptables para unos y otros territorios. “No en mi patio trasero” (movimientos de oposición a usos contaminantes conocidos por sus siglas en inglés, NIMBY) son actitudes que bien pueden reflejar tanto la emergencia de una creciente conciencia ambiental en la ciudad como formas de microfascismos que pujan por imponer condiciones favorables de hábitat de manera parcializada.

Desde que la quema de residuos es una práctica ya del pasado (la “incineración”, aunque denostada, sigue siendo muy popular en todo el mundo), el relleno sanitario es la forma más habitual de “deshacernos” de nuestra basura, guardándola bajo tierra hasta que sea estable y segura, lo que sucede después de treinta, o más bien cientos de años, según quién lo estime. Para ello el terreno se convierte en un enorme digestor, se protegen las napas con materiales aislantes (bentonita y plástico de alta densidad) y con capas de filtrado (arcilla y grava) para permitir la extracción de líquidos tóxicos y gases. Los conflictos ambientales tienden a derramarse, poco eficazmente, entre debates técnicos que superan el sentido común de la mala idea que supone almacenar basura en un hueco que hacemos en la tierra. El vertedero es un territorio vivo, no sólo por el número de actores que en él interceden, sino porque evoluciona al ritmo de la descomposición de sus residuos. La infamia de sus olores dará paso a una nueva reserva estratégica de suelo urbano, previo paso por la industria del marketing sostenible. El contenido moral de la basura se despliega así en una pluralidad de eufemismos que son bien funcionales a la deriva del capitalismo verde, regeneración, recuperación, complejo, parque… apellidados todos ellos “ambientales”.

 

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Vertedero de La Duquesa, Santo Domingo 2009

Esta redención mediante mecanismos de naturalización del territorio da lugar a diversas paradojas de revalorización urbana mediante nuevas calidades ambientales: los desarrollos exclusivos en formato country sobre terrenos de relleno -en el caso de Villa Domínico-, o los casos de terrenos ganados al Río de la Plata; tanto los Nordeltas como el proyecto de ampliación de once hectáreas en La Boca. Ejemplos varios de las “trampas de la naturaleza”, tal y como ilustra María Carman en el caso de la resistencia de la villa Rodrigo Bueno frente el desarrollo de Puerto Madero y la legitimidad natural de la Reserva Ecológica, en una dicotomía que enfrenta “contaminación ambiental” versus “contaminación social”.

Aunque el gasto en control del sistema basura está eternamente elevándose, nada impide que existan residuos difíciles de asumir. Fuera de la ley, excesivos, peligrosos e incómodos encuentran sus propios mecanismos de desvío hacia vertederos ilegales. El aumento de exigencias sobre el control de la basura hace que el negocio sea un espacio propicio para otorgar y devolver “favores” entre distintos estamentos. La basura se inserta así en un negocio territorial más amplio. Destinar un territorio a acomodar basura aumenta su valor indefectiblemente, tal y como ha desgranado la investigadora Cinthia Shammah en el libro “El circuito informal de los residuos”, pues permite “explotar” un terreno que por su situación ambiental o geográfica no era apto para ser urbanizado. Si además tenemos en cuenta que las empresas de recolección y transporte de basura suelen hacer parte de grandes conglomerados (empresas constructoras, de transporte, infraestructuras o energía) involucrados en la gestión del territorio en otros aspectos, comprendemos que el control de los residuos permite así aumentar la eficacia de los ciclos de rentabilidad, especulación y revalorización del territorio. Un escaso puñado de agentes sitúan las distintas formas de explotación del territorio en el espacio y guardan también la capacidad de gestionarlas durante varias décadas.

Aunque de difícil digestión, la basura es constitutiva de nuestra manera contemporánea de explotar el territorio. Si pensamos que “basura” son todos aquellos residuos, ineludibles y desaprovechados, que generan los procesos económicos, podríamos usar el término “territorio basura” desde un concepto más amplio que el que define los límites de un “vertedero”. Sería extensible tanto a los espacios residuales del desarrollo de una región como a aquellas áreas donde se almacena cualquier “basura” que hayamos necesitado generar para desarrollarnos. La zona sur de capital sería, desde este punto de vista, un enorme territorio basura funcional al resto de la ciudad. Un sumatorio de espacios baldíos en barbecho, varios campos deportivos, entre ellos alguno de golf, un autódromo completamente obsoleto, una central de camiones de recolección de basuras, el cementerio judicial de autos -con sus líquidos tóxicos filtrándose en el terreno, a la espera de juicio- así como las varias avenidas donde algunos cartoneros hacen tratamiento de residuos a cielo abierto, y la mayor concentración de villas de la ciudad se coronan con dos grandes residuos: uno con hilo musical, el Parque de la Ciudad, y el otro cubierto de vegetación, el milagro de la “reserva ecológica” en el lugar donde se proyectó una escombrera.

 

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Costanera Sur de Buenos Aires, 2012

Todas las fotografías son de Basurama CC BY-NC-SA 3.0

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