Sobre distorsiones urbanas

 

El orden social se pacta en los intercambios, las tecnologías y los sectores punta y, al intensificarse de ese modo, desintensifica zonas enteras que por eso mismo se convierten en reservas, o ni siquiera en reservas: en vertederos, terrenos baldíos, nuevos desiertos.
Jean Baudrillard, América.

 

No es difícil sostener a estas alturas la falta de vigencia de un término como ciudad. Tanto la pérdida de contenido espacial del sujeto ciudad como la superación de éste por cuerpos supranacionales de carácter fundamentalmente económico nos empujan a concebir el contexto urbano como un magma radicalmente difuso. Las metrópolis contemporáneas han dejado de ser espacio para convertirse en condición, articulada en forma social a través de los bienes de consumo. Pensar en ciudad como "lugar" resulta cada vez más anacrónico si atendemos a las múltiples relaciones e interacciones de tipo local-global (movimientos de capital, de mercancías, de imágenes, de información) que caracterizan la evolución de cierto orden social global que determina de forma indirecta las condiciones de vida de prácticamente todos los pueblos de la tierra.

Tendemos a pensar esta nueva ciudad cada vez más como una línea de fuga, como un vacío significante posthistórico donde confluyen intensidades discontinuas que cuestionan de forma implacable la concepción moderna de la urbe como órgano vivo, mutable y evolutivo. Resulta imposible sostener el modelo orgánico-evolucionista frente al empuje de una realidad no lineal que modela por igual tanto el contexto urbano como nuestra forma de percibirlo conforme a mecanismos globales que escapan a nuestro entendimiento y cuya instancia estructurante es, pese a todo, el capitalismo mundial.

Estos procesos de concentración metropolitana van inevitablemente asociados a la generación de nuevas dimensiones urbanas de difícil catalogación. Tanto en las zonas más desarrolladas del planeta como, de manera incluso más acusada, en el mundo subdesarrollado asistimos a la aparición de áreas desintensificadas que, en el mejor de los casos, nos pasan desapercibidas. Estos desiertos (que tienen tanto de espacial como de social) son el fruto del desinterés político de nuestras sociedades avanzadas.

En esta coyuntura el rol del arquitecto ha dejado de ser el de iluminado mesías de la modernidad, que enarbola con igual firmeza que inconsciencia el mazo destructor del desarrollo tecnológico. Se ha convertido ahora en un mero gestor de recursos ingentes (a las órdenes de políticas casi siempre banales y obsoletas) cuyas ingeniosas innovaciones permitirán, en el mejor de los casos, el goce estético pseudointelectual de un reducido grupo de correligionarios. Resulta cuanto menos preocupante percibir la literalidad con la que la práctica arquitectónica contemporánea abraza la impunidad del capital en pos de cierta libertad creadora.

Cuando Virilio nos plantea la cuestión de si el espacio puede prescindir del cine, de los efectos especiales de la máquina de comunicación, nos arroja abruptamente a la era de la “facticidad cinematográfica”, superada ya la de la arquitectura-escultura. Una nueva forma de arquitectura espectáculo que nos conecta de manera inmediata con la última generación de cultura basura. Lo público se trasviste en privado, la realidad en ficción, el símbolo cede su puesto al código. Se trata de un contexto en el que el lenguaje publicitario y corporativo se impone como esencial modelador del comportamiento social y modifica profundamente la naturaleza de las relaciones. El diseño gráfico se erige en gurú de las nuevas tecnologías de comunicación hasta el punto de trasladar el significado de la ciudad a la dimensión comercial.

Lejos de llevarnos a ningún tipo de juicio moral, la constatación de esta nueva forma de existencia nos empuja a redefinir nuestras estrategias. Asumida la imposibilidad de superar el capitalismo, de producir una nueva verdad que lo derroque, nos enfrentamos al reto de llevar a cabo una nueva lectura del mundo que nos rodea, frente a la superación y el progreso racionalistas se plantea una distorsión, estar instalado de una manera diferente. Del mismo modo que Scott Brown y Venturi nos invitaban a mirar Las Vegas desde la curiosidad y la ausencia de prejuicios, tratamos nosotros de reflexionar acerca de la nueva metrópolis contemporánea. Sólo desde el análisis de estas realidades desérticas y aparentemente baldías aprenderemos a canalizar las enormes posibilidades que nos ofrece ese músculo productivo que aún hoy pone todo su énfasis en una retroalimentación suicida.

 

Ben Castro Terán (Basurama).
Editor.