El abandono planificado
Este texto fue escrito para el libro Vuelven las atracciones. Visitas Guiadas al Parque de Atracciones de Artxanda Ed. Consonni, 2010.
Autores: Pablo Rey Mazón y Rubén Lorenzo Montero, miembros de Basurama.
Quiero que sepas que ya me esperaba
que esto ocurriera y que no pasa nada
Pesadilla en el Parque de Atracciones
Los Planetas (2002)
Todos los abandonos suelen ser abruptos y casi sin tiempo para ser premeditados o planeados. Esta condición repentina nos sacude y a la vez nos sublima seduciéndonos con la memoria evocadora de lo que fue el estado anterior. En cambio, el proceso previo de construcción -y destrucción- de lugares, edificios o ciudades es un proceso de consumo global que tiene un desarrollo lento y la mayoría de las veces planificado, con unas intenciones urbanísticas y políticas específicas. Se produce aquí un contradicción interesante entre la planificación del crecimiento de las ciudades frente a la aparente espontaneidad que suele protagonizar un abandono.
Pero a lo mejor estamos equivocados y José Luis Ortega, el arquitecto del parque de atracciones de Bilbao, siempre pensó en cómo serían las ruinas del parque y en cómo sería posible el desarrollo total y paulatino del deterioro que suponía el abandono de ese espacio mágico del Monte de Artxanda. Sus pirámides acristaladas e ingrávidas, su anfiteatro vacío dedicado a la contemplación ausente del tiempo… ¿sería posible prever las ruinas y el abandono? ¿y prever segundos y terceros usos para espacios arquitectónicos incluso para ciudades?
Efectivamente hay construcciones abandonadas que parece que fueron construidas para ser las ruinas del futuro. Otras muchas construcciones actualmente se usan con otro programa distinto al original. Hay incluso algunas que nunca se pensaron para ser utilizadas. Es el caso de muchas de las viviendas construidas durante la burbuja inmobiliaria, fueron simplemente objetos que esperaban su revalorización económica inmersas en un consumo desaforado de suelo urbanizable. Y el consumo de suelo, al igual que el consumo de productos, genera desecho, basura, espacios inutilizados o espacios directamente sin uso. Es el caso también, de las nuevas construcciones ligadas al consumo del ocio (transporte, eventos, turismo, etc.) que están generando lugares, o mejor dicho, no-lugares como definió hace tiempo Marc Augé [ref]»Lugares monótonos y fríos a los que no les corresponde identidad ni memoria y que no tienen nada que ver con contextos espaciales culturalmente identificados o identificadores». Augé, Marc. Los no-lugares. Espacios del anonimato. Ed. Gedisa, 1993.[/ref], donde el abandono resulta inminente, latente y siempre amenazante. La velocidad -se construye y se destruye con una aceleración que no conoce límites- y el espectáculo van ligados a una condición incierta de lo inestable. «El producto consumido por la modernización no es la arquitectura moderna sino el espacio basura» apunta también Rem Koolhas en su texto Junkspace [ref]Rem Koolhas. Junk space. En texto traducido al español en VVAA, Distorsiones urbanas. Basurama. 2006. Texto completo en: https://basurama.org/b06_distorsiones_urbanas_koolhaas.htm)[/ref] y añade «que su financiación es una deliberada bruma que esconde turbios tratos, sospechosas abstenciones de pagos de impuestos, incentivos excepcionales […] complicidades entro lo privado y lo público». Encontramos aquí una pista importante que explicaría el por qué de muchos de los abandonos que se producen actualmente.
Las infraestructuras abandonadas son ya parte natural del paisaje, representan el continuo tropiezo del ser humano con la misma piedra. Algunas construcciones se malograron en el proceso, por ejemplo los proyectos de centrales nucleares de Lemóniz y Valdecaballeros, pero otras eran directamente un homenaje a la ruina, como si estuviéramos en un post-romanticismo especular. Existen numerosas construcciones o campos urbanizados a lo largo del territorio español [ref]Aquí nuestra modesta lista de abandonados de 6000km.org
- Campo urbanizado. Urbanización ‘Los Satélites’. Majadahonda. Madrid.
- Central nuclear de Valdecaballeros. Badajoz.
- L’Aquàtic Paradis. Parque acuático abandonado. Sitges.
- Hotel ‘el Algarrobico’. Almería.
- Urbanización fantasma en Villa Mayor de Calatrava. Ciudad Real.
- Fábrica Abandonada en Torrelavega.
- Urbanización fantasma. Estepona. Málaga.
- Parque de Atracciones de Artxanda. Bilbao
- Central nuclear de Lemóniz. Vizcaya
- Ciudad Residencial de Perlora. Asturias.
- Minas de La Unión. Murcia.
- Estación del AVE. Apeadero Charco de la Pava. Sevilla.
- Pabellón de Corrales en la casa de Campo. Madrid.
[/ref], que no sabemos si definir como ruinosos o como territorios que algún día serán habitados. Resulta complicado en estos momentos tras el paisaje que ha quedado después de la batalla, definir qué es algo abandonado o qué simplemente está en proceso de abandono. La estación abandonada del AVE en la isla de La Cartuja construida para llegar hasta la puerta de la Expo’92 ¿es una muestra de la opulencia y negligencia de otros tiempos o un espacio de oportunidad? ¿o es las dos cosas a la vez? ¿Se llegará a usar plenamente en Ciudad Real su nuevo aeropuerto? ¿Se puede pensar en aportar nuevos usos, y no sólo como contenedores culturales, para los grandes edificios que han quedado como un residuo industrial o del ocio como por ejemplo las tabacaleras en Madrid y San Sebastián? ¿Hay que empezar a pensar en qué uso le daremos a Xanadú, la pista de esquí artificial situada dentro de un gran centro comercial en Arroyomolinos (Madrid), cuando ese modelo de ocio no sea rentable o posible por motivos energéticos o medioambientales?
Tras este primer vistazo al panorama del abandono, nos preguntamos por qué nos seduce este estado de desagaste e indefinición. El abandono, según analiza Kevin Lynch[ref]Kevin Lynch. Echar a perder, un análisis del deterioro. Ed. Gustavo Gili, Colección GGMixta 2005.[/ref], tiene que ver con el deterioro y además apunta que «el abandono es diferente de la decadencia, que es una disminución progresiva del valor o de vitalidad. La decadencia puede desembocar en el abandono».
En el caso del Parque de Artxanda, parece que el deterioro se transforma en vitalidad y la decadencia en algo floreciente como muestra la naturaleza invadiendo e integrando a la arquitectura, y no al revés. Incluso un guarda de seguridad todos los días en la entrada vela y trabaja por el abandono, lo cuida, lo protege, lo defiende con todo su impasible cariño -¡resulta que cuesta dinero mantener el abandono!-. Cuida minuciosamente que el tiempo haga su trabajo, que los destrozos sean armónicos, que la lluvia oxide lentamente los trozos de hierro, que el musgo avance, que las especies autóctonas se reproduzcan… según, evidentemente, el plan premeditado y por fin desvelado del arquitecto de este conjunto arquitectónico. Y frente a todas estas evidencias planificadas nos surge la duda, ¿acaso este lugar no será un alijo secreto de algo? ¿residuos nucleares que nunca llegaron a producirse de la citada Lemóniz? ¿acaso no serán experimentos sobre el supuesto anhelado de que el espacio y el tiempo son la misma condición?. Nos preguntamos entonces sobre la utilidad de un parque de atracciones, ¿tiene sentido el formato de parque de atracciones como soporte para la actividad lúdica o está relacionado directamente con una necesidad indisociable de la sociedad de consumo, los no-lugares y el espacio basura? [ref]Hemos visto proliferar, en los últimos tiempos, parques de atracciones por toda España: Port Aventura, Parque Warner, Terra Mítica o Isla Mágica, algunos se han quedado en proyecto como el parque temático sobre espionaje y varios casinos en Aragón. Suelen aterrizar en los territorios con cantos de sirena que incluyen ‘puestos de trabajo’, ‘desarrollo’, etc. para luego, con el tiempo, entrar en pérdidas y buscar planes de salvación.[/ref]
En Madrid, cuando éramos adolescentes, excepcionalmente nos animábamos ilusionados a visitar el parque de atracciones en épocas de verano y fin de curso. Suponía una excitante propuesta, en nuestro caso, contra la rutina de un grupo de amigos de la periferia de la ciudad (Getafe). Conocer a otras chicas y otros chicos en la cola de la Montaña rusa o del Disparadero, era una experiencia excitante para nosotros, ataviados con riñoneras de colores y gorras regaladas con publicidad (evidenciando por cierto nuestra nula voluntad estética). La diversión se encontraba precisamente en el encuentro y en la relación que permitía el lugar, en la necesidad de compartir experiencias. En sentirse contradictoriamente libres en un lugar lleno de reglas y normas de seguridad donde había que pagar por divertirse.
En Bilbao, cuando un grupo de treintañeros visitamos el parque abandonado de Artxanda (Vuelven las atracciones!), los prejuicios adquiridos y la distancia irremediable que nos aporta la experiencia y la teoría aprendida (sí, muchos habíamos leído o escuchado hablar de «La sociedad del espectáculo» de Debord o el citado «Los no-lugares» de Augé, otros quizá simplemente para recordar sus ilusiones) nos concedían una poesía que utilizamos como herramienta -tal vez excusa- para afrontar nuestro envejecimiento y falta de frescura ante los códigos que exigía aquel lugar. Estábamos allí, niños de muchos años con cascos de obreros en la cabeza, enfrentándonos más que al deterioro del lugar y a su memoria impresionante, a nuestra edad irremediable y al deterioro de nuestros cuerpos e ilusiones que seguramente ya no serían capaces de soportar una orgía lúdica como la de correr por laberintos de espejos o creer en casas encantadas. Si se supone que en un lugar abandonado te sientes libre de control, el parque suponía una excepción: allí estaba el guardia para recordarnos lo excepcional de nuestra visita, para evidenciarnos el transcurso del tiempo en un lugar «sin tiempo» [ref]»Los lugares deteriorados son lugares «sin tiempo», no porque sean eternos sino porque allí no existe una organización del tiempo». Kevin Lynch. [Ob. pag.179] Echar a perder, un análisis del deterioro. Ed. Gustavo Gili, Colección GGMixta 2005.[/ref]. Nos dejamos igualmente seducir por la memoria imaginada y la belleza del deterioro que nos muestra floreciente lo que somos y las consecuencias planificadas de lo que hacemos.
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Puedes encontrar en Consonni más información sobre el libro.