El urbanismo mágico: megaproyectos en la era del despilfarro
Autores: Patricia Molina Costa y Pablo Rey Mazón. Publicado en la revista Ciudades 14. Valladolid, Junio 2011 y en el proyecto 6.000km.
Pero sí, se trata de poner coto al derroche. Aunque sólo sea porque una obra pública que puede inaugurarse por 20 millones de euros acaba costando 100, la administración deja de invertir 80 de nuestros millones en obras menos vistosas, pero quizás más necesarias. […] Urge, en definitiva devolver sensatez a la arquitectura, en especial a la que se levanta con inversión pública. Y, de paso, olvidarse por un tiempo de los milagros.
Llàtzer Moix (2010): «Arquitectura milagrosa». Anagrama Crónicas, Barcelona.
En estos tiempos de “arquitecturas milagrosas”, la Caja Mágica no es ni el más caro ni el más extravagante de los edificios construidos. Sin embargo, comparte con muchos de ellos la firma de un arquitecto estrella y la búsqueda de la espectacularidad a través de la forma y el uso de materiales singulares. Pero más allá de valorar la calidad del proyecto arquitectónico, trataremos de analizar, en este breve texto, en qué contexto nace y qué significa la construcción de una infraestructura como la Caja Mágica para la ciudad de Madrid.
La Caja Mágica tiene su origen en una instalación deportiva incluida en el Parque Lineal del Manzanares en la propuesta original del Plan General de 1985. Hacia finales de los años 90, cuando Bofill diseña el Parque, en el Ayuntamiento aún se debatía si la instalación debía dedicarse a un equipamiento local para el barrio de San Fermín, uno de los más desfavorecidos de la ciudad, o si bien debía dotarse de un carácter metropolitano e incluso formar parte de una posible candidatura olímpica[ref]»Rock, golf y piscinas en las riberas del río Manzanares», artículo de La Vanguardia de 26 de marzo de 1998.[/ref]. Finalmente, la Caja Mágica pasó a formar parte del proyecto para la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2012, decisión que, como veremos más adelante, ejemplifica a la perfección el modelo de ciudad por el que ha apostado el Ayuntamiento en la última década.
El sueño olímpico
La candidatura a la organización de los JJ.OO. se enmarca en el decidido esfuerzo del Ayuntamiento por situar Madrid dentro de la red de «ciudades globales»[ref]Observatorio Metropolitano (2007): «Madrid ¿la suma de todos? Globalización, territorio, desigualdad«. Traficantes de Sueños, Madrid.[/ref], para lo cual incluso creó la Oficina ‘Madrid Global’, desaparecida tras los últimos recortes prespuestarios. Esta apuesta presupone que la organización de macroeventos mejora la imagen de la ciudad y por tanto atrae las inversiones y el turismo. Sin embargo, se ha demostrado que el «legado olímpico» no es siempre tan beneficioso como se pretende, pues deja tras de sí no sólo infraestructuras muchas veces difíciles de reutilizar, sino también puestos de trabajo que desaparecen una vez finalizado el evento, y grandes facturas pendientes[ref]Gold, J. y Gold, M. (eds.) (2007): «Olympic Cities: City Agendas, Planning, and the World’s Games, 1896–2012». Routledge, Londres y Nueva York.[/ref].
En el caso de Madrid, con dos candidaturas fallidas y un Ayuntamiento sumido en la mayor deuda municipal del país, nos encontramos con una instalación como la Caja Mágica, surgida al calor del sueño olímpico y que tendremos que pagar durante años, mientras tratamos de darle el suficiente uso para considerar rentable semejante inversión.
Pero vayamos por partes, pues se trata de un problema complejo. En primer lugar, la organización de los JJ.OO. se anuncia como una forma de promover el deporte en la sociedad[ref]En el caso de la candidatura de Londres 2016, incluso se citaba como parte del legado olímpico la disminución de la obesidad infantil en la zona este de la ciudad, donde se están construyendo las instalaciones olímpicas.[/ref] y, sin embargo, en el contexto de recorte presupuestario anunciado en 2008, lo primero que sacrificó el Ayuntamiento fue el deporte de base, los equipamientos de los barrios, mientras que las mega-instalaciones para la candidatura siguieron adelante. Así, encontramos en Madrid casos como el del distrito Centro, cuya única piscina -la del polideportivo de La Cebada- fue demolida en 2009 y sigue a la espera de que el Ayuntamiento construya el nuevo proyecto, paralizado por los recortes presupuestarios y sin visos de ponerse en marcha. Otro ejemplo de esta paradoja lo encontramos en el barrio de Chamberí, donde en octubre de 2008 se demolió el Estadio de Vallehermoso y la construcción del nuevo se encuentra actualmente paralizada por falta de presupuesto. Pero no son los únicos casos: muchos barrios han asistido a la desinversión, desmantelamiento y privatización[ref]«El mapa de los polideportivos externalizados», artículo en Madridiario.es de 25 de octubre de 2010.[/ref] de sus instalaciones deportivas en los últimos años, mientras la ciudad se postulaba como candidata a organizar los JJ.OO.
No parece, pues, que la candidatura olímpica esté fomentando el deporte de base en Madrid. Además, a nadie se le escapa que en la sociedad en la que vivimos el deporte profesional se ha convertido hasta tal punto en un espectáculo de consumo que nada tiene que ver con la promoción del ejercicio físico en la sociedad; es decir, no es lo mismo “ver deporte” que “hacer deporte”, y una cosa no conduce necesariamente a la otra.
Megaproyectos en los tiempos del boom
La cuestión fundamental que nos ocupa es analizar qué consecuencias tiene este «sueño olímpico», del que la Caja Mágica es abanderada, para el modelo urbano de Madrid. La apuesta por la organización de macroeventos y la construcción de megaproyectos urbanísticos forma parte de un modelo de producción urbana que beneficia claramente a las élites locales, alimentando lo que Molotch y Logan[ref]Molotch, H. y Logan, J. (1987): «Urban Fortunes: The Political Economy of Place». University of California Press, Berkeley y Los Angeles.[/ref] denominaron la «growth machine» de la ciudad, una alianza de los sectores inmobiliario y financiero que se han beneficiado ampliamente de las inversiones públicas en estos últimos años. Como señala Carolina del Olmo[ref]Del Olmo, C. (2004): «Poco pan y mucho circo: el papel de los ‘macroeventos’ en la ciudad capitalista» [PDF]. Archipiélago: Cuadernos de Crítica de la Cultura, nº 62, Ed. Archipiélago, Barcelona. Sobre este tema ver también: Aguilera, F. y Naredo, J.M. (eds.) (2009): «Economía, poder y megaproyectos», Fundación César Manrique, Lanzarote.[/ref] «hay que tener en cuenta las increíbles oportunidades para los negocios privados que suponen las transformaciones urbanísticas asociadas con los macroeventos. Incluso la voluntad de atraer turismo y mejorar la posición competitiva de la ciudad constituye un factor secundario si lo comparamos con la importancia del negocio a corto plazo para las élites locales”.
La Caja Mágica forma parte de ese proyecto de ciudad, esa apuesta por la espectacularización de Madrid y su inserción en la red de ciudades globales. En este caso, la primera beneficiaria del proyecto ha sido la empresa encargada de construir la instalación, que firmó un presupuesto inicial de 100 millones de euros por su construcción[ref]«La constructora FCC levantará la ‘Caja Mágica’ de Dominique Perrault», artículo en EL PAÍS de 9 de marzo de 2006.[/ref], al que, como ha sido la tónica general en las instalaciones olímpicas, se sumaron varios modificados que aumentaron considerablemente la cifra inicialmente prevista. De hecho, la factura total de la Caja Mágica asciende, según reconoció el último Consejo de Administración de la empresa pública municipal Madrid Espacios y Congresos S.A. (MEyC), a 294 millones[ref]«La Caja Mágica ha costado casi 300 millones, más del doble de lo previsto», artículo en EL PAÍS de 30 de agosto de 2010.[/ref], más del doble de lo presupuestado inicialmente. Un sobrecoste que debe abonar, junto con el Estado y la Comunidad de Madrid, el ayuntamiento más endeudado de España, que debe, a junio de 2010, la cantidad de 7.144 millones de euros, lo que supone la mitad de toda la deuda acumulada por las capitales de provincia españolas[ref]Banco de España, 2010. Coincide su vertiginoso endeudamiento con el comienzo de las obras para el soterramiento de un tramo de la autopista M-30, una mega obra que los madrileños deberán pagar durante 35 años por unos 15.000 millones de euros, según el cálculo de R. López de Lucio (“La reforma de la M-30: ¿Qué oculta la retórica del verde?”, en el Boletín CF+S nº 28, habitat.aq.upm.es, 2004).[/ref].
Además, tal y como denuncia el Manifiesto por una Auditoría Olímpica para Madrid[ref]Manifiesto por una Auditoría Olímpica para Madrid: http://www.nodo50.org/auditoriaolimpica[/ref], «la Caja Mágica se ha convertido desde su inauguración en un cajón desastre, no sólo por el agujero económico en el que se ha convertido, (…) sino fundamentalmente por el trastorno que ha generado entre los/as vecinos/as del barrio, por el caos circulatorio y, por supuesto, por la imposibilidad de utilizar sus instalaciones por parte de los vecinos, tal como ha denunciado Asociación Vecinal Barriada de San Fermín». Los altos precios del alquiler de la Caja Mágica la hacen inaccesible para su uso por parte de las asociaciones vecinales, por lo que no puede considerarse que esta instalación contribuya al reequilibrio territorial de los equipamientos municipales, como se ha venido repitiendo desde el Ayuntamiento[ref]Ayuntamiento de Madrid (2009): “Presentación. Presupuesto general del Ayuntamiento de Madrid 2009”, en www.madrid.es[/ref]. Este es, de hecho, uno de los factores fundamentales de la ecuación, la cuestión de quién se beneficia de semejantes inversiones, que no parecen destinadas a la mejora de la calidad de vida del lugar donde se insertan, sino que se diseñan exclusivamente para turistas y visitantes de alto nivel.
Como apuntábamos más arriba, el problema es que cuando se invierte en una infraestructura de estas características, se deja de invertir en otras, quizás más necesarias para la ciudad. Por su parte, las estimaciones de demanda y uso no suelen contabilizar la captación de demanda ya satisfecha por parte de la nueva infraestructura respecto a equipamientos en uso. Es el caso del pabellón «Madrid Arena», una instalación de gran capacidad que el Ayuntamiento de Madrid, en su intento de dotar a la ciudad de una proyección internacional con vistas a la candidatura olímpica de 2012, remodeló en 2002 para acoger el Master Series de Tenis[ref]Del Olmo, C. (2008) «Madrid: locos por el tenis». Revista electrónica Rebelion.org de 25 de septiembre de 2008.[/ref] y que, tras el traslado a la Caja Mágica, ha dejado de utilizar. Por su parte, la Caja Mágica apenas ha tenido actividad desde que se estrenara en abril de 2009, convirtiéndose en una instalación infrautilizada, con una ocupación del 40%[ref]«Los rescoldos de la llama olímpica», artículo en EL PAÍS de 6 de octubre de 2010.[/ref], lo que ha obligado a sus promotores a inventar sobre la marcha otras formas de ocupar el espacio15.
Y sin embargo, parece difícil romper el aparente consenso en torno a los beneficios que la organización de un macroevento, y la construcción de los megaproyectos asociados, supone para la ciudad. En particular, suele destacarse la promoción hacia el exterior en forma de presencia en televisión, publicaciones en prensa o en Internet (con el consecuente supuesto ahorro en una campaña de publicidad equivalente), así como la creación de miles de puestos de trabajo (temporales). El problema es que los datos que se difunden suelen ser previsiones de los propios organizadores del evento, que manejan indicadores que poco tienen que ver con la mejora de la calidad de vida en la ciudad, y que tienden a maquillar los informes finales, mientras que las cifras post-evento suelen arrojar resultados mucho menos positivos[ref]Recientemente ha suscrito un convenio con el Real Madrid de baloncesto, por el que el equipo blanco jugará sus partidos en la instalación por un millón de euros al año.[/ref].
Modelos de ciudad
Como hemos visto la Caja Mágica es fruto de un modelo de ciudad basado en la construcción de megaproyectos destinados a la organización de macro eventos, cuyo fin último es situar la ciudad en el mapa de las inversiones y el turismo de escala global. Este modelo beneficia especialmente a las élites empresariales locales y globales, pero parece que dista mucho de mejorar la calidad de vida de los habitantes de la ciudad, puesto que focaliza las inversiones en costosísimas infraestructuras singulares que tendrán un uso muy puntual, provocando una desinversión en los equipamientos de escala local y uso cotidiano.
Frente a este modelo de megaproyectos de «bombo y platillo» para el consumo de eventos y ocio dirigido, se pueden plantear alternativas de menor presupuesto, accesibles a los vecinos, con posibilidad de albergar usos que fomenten la apropiación ciudadana. Nos referimos a propuestas de mejora incremental que puedan acometerse sin comprometer los presupuestos futuros de la ciudad, proyectos flexibles que se adapten a las condiciones cambiantes e inestables de la economía global, que respondan a verdaderas necesidades de la población del lugar donde se construyan, y no a una estrategia de marketing urbano cuya aportación a la mejora de la calidad de vida en la ciudad es, cuanto menos, cuestionable.